Lo que dejó la revolución

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Opinion Freddy Jabano

Debían marcharse, esa fue la conclusión a la que llego Rosa Angelina mientras observaba con ojos de luna llena a su hija de 6 años de edad durmiendo en su chinchorro en aquel rancho lleno de goteras, cayendo en cuanto recipiente tenía para capturarlas y no mojar el piso.

Habitaban en un territorio en donde la ley y el orden no existen más que en quienes tienen las armas, solo que ahora eran muchos los que las tenían. Estaban en La Victoria en el alto Apure, este territorio de nadie estaba siendo un escenario de guerra y terror, un lugar difuso y tenebroso. Ella quería vivir, tenía la esperanza durmiendo allí con ella.

Tomar esa decisión implicaba dejarlo todo, a lo lejos se escuchaban los gritos, los disparos y bombas provenientes de todos los lados. Miró angustiada hacia el techo y hasta el murciélago acurrucado allí parecía decirle no te muevas, tírate al suelo. Así lo hizo, tomó a su hija en los brazos y como pudo fueron a parar al piso, el perrito que la acompañaba temblaba junto con ella y afuera, un cielo lluvioso lleno de proyectiles buscando a quien callar para siempre.

Ella tirada allí pasó revista a su vida desde el mes de marzo del 2021, un mes de sol y polvareda, una resequedad quemándole sus entrañas porque el agua se va, se evapora. Ese mes fue cuando empezó a recibir noticias de sus familiares apresados por la guerrilla, la razón de todo era la droga, el control de la droga en un territorio donde las autoridades eran los guardianes de ella y todo campesino es sospechoso para todos.

Ella había sido reclutada muy joven por la guerrilla, el ejército de liberación nacional y su esposo por la Farc en territorio colombiano. Tenía 35 años igual que su esposo, a quien conoció en las fiestas patronales de Arauquita, población del lado colombiano; ambos tenían como es costumbre doble cédula.

Habían sido guerrilleros. Oía desde su rancho, escuchaba los ruidos de bombardeo, eran de un helicóptero, eran ráfagas de ametralladoras; por eso sintió el miedo recorriéndola, en cualquier momento podían dispararle. Había vivido también las terribles consecuencias de las fumigaciones aéreas contra la droga, ello había acabado con sus tierras, aún y cuando ellos no sembraban marihuana, la fumigación era para todos los terrenos, allí moría todo.

Llegó la mañana, también antes de colar café su esposo regresó. No había podido llegar a la casa en la noche, no pudo pasar desde la población vecina en donde trabajaba en un fundo, al llegar a la casa, sin mediar palabras la mujer le dijo mirándolo fijamente:

Nos vamos Félix

¿Pa’ dónde? Contestó –

La mujer le dijo con firmeza:

Para donde podamos criar nuestra hija

Ambos la miraron y sin pensarlo dos veces recogieron lo poco que les quedaba en un saco y como a las 8 a.m ya estaban rumbo a Arauquita del otro lado de Venezuela.

Ella aprovechó en el camino para mirar el celular que ahora ya agarraba cobertura. No pudo evitar las lágrimas, un grito profundo salido de un hueco negro, un alarido que no encuentra explicación, se escuchó en el monte espantando los pájaros. Su hijita la miró con ojos de comprensión, había escuchado esos gritos muchas veces en su escuela, era el signo de la muerte.

Su esposo la abrazó con fuerza y escuchó las preguntas de su esposa con resignación, él tampoco podía explicárselo por más que el pastor evangélico, que ya estaba del otro lado lo gritaba en el culto sobre los designios de Dios ¿por qué nosotros? ¿Qué te hemos hecho Señor? El esposo la abrazó fuerte de quien sabía de qué se trataba, nada más y nada menos que de la muerte jugando su juego.

Ella con un poco más de calma y en silencio le dio el teléfono a su esposo, éste vio detenidamente el video y horrorizado le dijo a su esposa, – malditos sean-.

La embarcación repleta de rostros tristes se dirigía a la otra orilla a territorio colombiano, pero allí no los esperaba sino otro tipo de chantajistas aún más peligrosos, los interesados en seguir con el conflicto entre facciones guerrilleras, un grupo que no era la disidencia de la Farc, ni de la segunda Marquetalia, éstos dominan esa trocha por donde pasan los desplazados, debían pagar veinte dólares por ser colombianos.

Ellos mostraron su cédula colombiana, pagaron, subieron el barranco de la orilla opuesta, e iniciaron su caminata al refugio de los desplazados. Los esperaba el camino hasta el sitio donde estaba la Cruz Roja y otras organizaciones; éste estaba lleno de cruces.

La niñita recogió en el camino una muñequita de trapo puesta en una de esas cruces del camino, ni el papá ni la mamá se dieron cuenta. Estaban viendo las fotos de sus familiares masacrados por el Faes, a los muertos los vistieron con uniforme guerrillero, ella sabía que eso no era cierto. Ambos lloraron hasta que no podían más, la esperanza es lo que queda se dijeron ambos desde el fondo de sus almas al mismo tiempo y en silencio viendo la niña y su muñeca de trapo.